Artículo reproducido. URL:
http://www.concejodecabrales.com/esp/articulos/elisa/elisa9.html
Cuarmada: una cabaña singular, un tesoro perdido.
Tal vez algún senderista haya reparado en una amplia oquedad
situada por debajo de la senda del Cares, en el punto en el que ésta
cruza la canal de las Avareras. Su nombre, Cuarmada, sugiere que en ella
debió existir algún tipo de armadura o construcción, y la empalizada
que cierra el recinto, junto con los restos de un muro de piedra que
facilitaba el acceso, evidencian que la cueva ha sido utilizada para
guardar rebaños de cabras. La mayoría de los caminantes seguramente no
le prestará ninguna atención, pero aquellos que recuerden lo que allí
hubo no podrán evitar una mirada nostálgica y un sentimiento de pesar
porque todo se haya perdido.
Durante siglos, en el abrigo rocoso de Cuarmada han hecho
majada de invierno los habitantes de Bulnes, cuyos derechos sobre los
pastos del fondo de la garganta del Cares llegan hasta el límite con
León, en la canal de Cabrerizas. Antes de que existiese la senda actual,
los caminos por los que se accedía al fondo de la garganta no eran en
absoluto fáciles, pero los múltiples retazos de verdor que hay en
aquellas profundidades debían compensar todos los problemas, ya que
permitían sostener un buen rebaño durante los meses de invierno. Sin
embargo, el pastor tendría que permanecer durante largos periodos cerca
de su ganado, lo que exigiría contar con un refugio para él mismo. Por
esta razón, en el interior de la cueva se construyó un cobertizo que,
aunque inicialmente debió ser muy simple, con el tiempo fue adquiriendo
una asombrosa complejidad.
Los montañeros veteranos seguramente recordarán la
edificación de dos pisos que existió en Cuarmada hasta principios de la
década de 1980 y que, según nos cuenta Guillermina Mier, de Bulnes, fue
levantada hace unos 60 años por Manuel Mier, llamado el de Los Collaos
por haber vivido junto a su familia en una de las casas que la Electra
del Viesgo construyó en ese lugar. Años después, Manuel vendió Cuarmada a
Rafael Martínez, el esposo de Guillermina, y éste fue el último pastor
que hizo majada en la cueva. Guillermina y su hijo, José Manuel, hablan
con admiración de la solidez y el ingenio que mostraba aquella hermosa
construcción. Lamentablemente, a principios de la década los 80, unos
excursionistas entraron en ella, hicieron fuego en su interior, y
provocaron un incendio que la destruyó por completo. Guillermina aún
recuerda la profunda pena de Rafael, quien lloró amargamente al conocer
la noticia.
Para mostrar lo que llegó a ser Cuarmada, nada mejor que el
estudio de la cabaña que realizó hacia 1960 el gran arquitecto y
montañero Efrén García Fernández. A este trabajo pertenecen el plano en
planta de la cueva y el dibujo en alzado que aparecen en estas páginas y
que fueron publicados, junto con un breve texto descriptivo, en la
Memoria de 1962 del Centro Cultural y Deportivo de Mieres. Gracias a
este artículo, no sólo conocemos el aspecto que tenía Cuarmada hace
medio siglo, sino múltiples detalles sobre su interior.
Copiamos de él algunos párrafos que prueban la complejidad de
la construcción y la variedad de las labores que en ella se realizaban:
“La edificación consta de dos plantas; la baja, llamada
sótano, fue ganada al vacío de la curva por medio de rollizos de haya
(…). Se destina en su mayor parte para abrigo del ganado, separando los
cabritos en departamentos independientes, y con el almacén de comida
para el ganado debidamente independiente. El camastro familiar permite
vigilar fácilmente la totalidad del ganado de esta planta. La planta
alta, que comunica directamente con la anterior por medio de una pequeña
escalera de madera, se dedica a aprisco en su parte construida. Todo el
ganado de esta planta se vigila desde el camastro de los pastores
ajenos a la familia, colocado debajo de una rústica empalizada de
madera, dispuesta para sacar la hierba. El desnivel natural del suelo de
la cueva se salva mediante muretes de mampostería que impiden, en
cierto modo, el fácil acceso del ganado a los lugares principales de la
cabaña. En su parte media, y aprovechando una concavidad especial de la
cueva, se ha dispuesto la cocina, limitando el espacio por medio de una
despensa, que está formada por muretes de mampostería y andanas de
madera protegidas con cubierta de tabla. Sobre el hogar hay andanas de
madera para ahumar los quesos y decantar la manteca y, a su alrededor,
rústicos asientos de madera. El humo de la cocina sale por una chimenea
natural de la roca, encuadrada por cascadas de caliza y estalagtitas, y
el ajuar de la cocina se completa con un árbol de madera del que cuelgan
diversos útiles. La parte más alta de la cueva se destina a leñera y
gallinero”
El artículo y los dibujos de Efrén García Fernández
proporcionan un excelente retrato de lo que era Cuarmada a principios de
la década de 1960. Pero tenemos otro testimonio más, y éste es de hace
más de un siglo. El 9 de septiembre de 1906, Gustavo Schulze, un geólogo
y alpinista alemán que recorría el desfiladero del Cares estudiando la
geología de los Picos de Europa, encontró refugio y posada en aquel
lugar. Estaba a punto de anochecer cuando el joven Schulze, que había
salido aquella mañana de Arenas de Cabrales, se encontró perdido en las
profundidades del desfiladero. La suerte hizo que un pastor de Bulnes,
Esteban Mier, diese con él y lo llevase a lo que Schulze describió como
un “campamento primitivo”, que no era otro que el abrigo de Cuarmada.
El geólogo recordó aquella experiencia en un artículo
(Revista Peñalara, 1934) en el que contaba su escalada en solitario al
Naranjo de Bulnes, hazaña llevada a cabo pocos días después de su paso
por el Cares. En este artículo, Schulze expresa con cálidas palabras su
gratitud a Esteban Mier. Pero hay que decir que ya, mucho antes, y lejos
de España, durante una conferencia que Schulze pronunció en 1908 en
Munich, había dejado constancia de su agradecimiento al pastor.
Fundiendo ambos textos, este es el relato de su estancia en Cuarmada:
“Andaba yo completamente solo por aquel inmenso desfiladero,
en uno de los puntos, entre altísimas paredes, en los que es más salvaje
y más agreste, cuando me sorprendió la noche. No había allí ninguna
oquedad que se prestara a servir de refugio, pero Esteban dio conmigo y
me llevó a un lugar elevado, situado al abrigo de una pared de roca, en
donde ardía su fogata. El tenía pan de maíz y cigarrillos y los
compartió conmigo en aquella noche de verano, bajo un cielo plagado de
estrellas, charlando alegremente de sus montañas, de despeñaderos
imposibles, del oso y del lobo. Al recuerdo de este hombre dedico
sentimientos de amistad, ya que a él van unidas preciadas y profundas
sugerencias”.
El encuentro fue doblemente providencial para Schulze, ya
que, gracias a la amistad iniciada en el Cares, el geólogo fue acogido
semanas después en casa de Esteban, situada en el barrio del Castillo de
Bulnes, y en ella se alojó en los días que precedieron y siguieron la
conquista del Urriello. Hay que precisar que, según nos cuentan las
personas mayores de Bulnes, el Esteban Mier que Schulze conoció no hacía
majada en Cuarmada, sino que en invierno mantenía su rebaño en Ría. Por
tanto, debió de ser el azar lo que hizo que en aquel atardecer de 1906
se encontrase en las proximidades del lugar en el que Schulze buscaba
afanosamente un refugio para resguardarse durante la noche.
De la estancia de Schulze en Cuarmada, resultaría un
prodigioso regalo para la posteridad: la extraordinaria fotografía de la
entrada de la cueva, con Esteban Mier posando para el visitante, que se
ha convertido en un testimonio con gran valor histórico y documental.
Esta imagen permaneció ignorada durante casi un siglo entre
los papeles de Schulze en México hasta que, afortunadamente, en 2006, un
siglo después de ser tomada, ha salido a la luz. El refugio de Cuarmada
aparece en ella con un aspecto mucho más precario que el que tendría
más adelante, después de que se levantasen las ingeniosas construcciones
de Manuel Mier que dibujó Efrén García. Sin embargo, se advierte que en
1906 ya había recintos separados, y también que ya estaba construido el
muro que sirve de calzada para acceder a la cueva, un muro idéntico al
que se ve en el dibujo de los años 60.
La fotografía de Schulze y los dibujos de Efrén García
Fernández son valiosos testimonios que ayudan a recordar lo que fue
Cuarmada, un tesoro etnográfico que, desgraciadamente, y como tantas
otras cosas, hemos perdido para siempre.
Villa Otero, Elisa, "Cuarmada: una cabaña singular, un tesoro perdido", Peña Santa, 6, Cangas de Onís, 2010.