domingo, 5 de abril de 2015

La línea Schulze de Alfredo Iñiguez (D.E.P)

Reproducción de un artículo del desaparecido Alfredo Iñiguez sobre la travesía Torre de Altaiz-Torre de la Palanca que él bautizo como línea Schulze. URL: http://www.viaclasica.com/foro/viewtopic.php?f=31&t=656

La Línea Schulze.


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Gustavo Schulze con su grupo alpino. Abajo, en el centro. Tenía 19 años.


Había prometido colgar el relato de la integral cuando fuera publicado por los entrañables Vetusteros.

En el siguiente montaje salen: Cabrones /Torrecerredo, Argaos/Sta.María/Torre de Enmedio. Pioneros(Madejuno/Minas de Carbón) y por último La L. Schulze (Altaiz/Palanca), de las fotos en blanco y negro es autor el propio maestro. 






“Juegos de nubes extraordinarios. Una niebla ondulante viene desde el mar; envuelve 
la Torre Bermeja y penetra por la canal de Asotín hasta la Vega de Liordes. Las paredes que hay frente a mí se encuentran sumidas en la oscuridad. Todo son sombras y luces… Hay un mar de nubes y Peña Vieja reina sobre los jirones que salen de este mar silencioso introduciéndose por barrancos y hoyos.” (Gustavo Schulze, de regreso a Lloroza tras el raid del Tiro Tirso. 19 de septiembre de 1906) 



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El año pasado, a la altura del Llambrión, giré al suroeste y continué el periplo de la cresta a través de la altura de Casiano del Prado, para rematar en Minas de Carbón, descender a las Colladinas, y, de ahí, a Jermoso. En aquella ocasión, había partido del Madejuno y bauticé al recorrido como La Integral de los Pioneros, en honor de todos aquellos adelantados de los Picos que habían explorado aquel sector del Central. Pero, aquella misma tarde, de regreso a Verónica, y fumándome un cigarrillo con Mariano en las escaleras del refugio, le comentaba que la línea, la verdadera Integral del magnífico cordal, debía partir de Altaiz y doblar en el Llambrión al norte, a morir a las planicies descarnadas de la cimera de La Palanca. Aquel atardecer, me prometí a mi mismo intentar, al menos, ese recorrido maravilloso por el conjunto de las cimas más elevadas de los Picos de Europa. 
Así fue que, a principios de agosto del año en curso, tenía preparados los trastos para plantarme en Lloroza y esperar el día adecuado. Día tras día, el mes fue desgranando jornadas de mal tiempo y yo demorando la partida, hasta que, definitivamente, el viernes 10, junto con un par de amables compañeros, Gaspar y Eduardo, que me habían solicitado para recorrer el Espolón de los Franceses, arrancamos para Fuente De. 
Surcamos la gran clásica en la mañana del sábado. Las primeras nubes de evolución comenzaron a hilarse a eso del mediodía, a un ritmo que presagiaba una fuerte tormenta a la tarde. Desgraciadamente, en la Corona del Raso, habría de cobrarse la vida de un compañero. Como el accidente -también mortal- del día siguiente en el Torrecerredo, las malas noticias corrieron por Picos como un reguero de pólvora. 
A media tarde, sobre las cinco, minutos antes de la descarga, nos despedimos con unas cervezas servidas impecablemente en la estación superior del teleférico por el incombustible Nacho. Gaspar y, especialmente, Eduardo, debían atender debidamente a la “matronal”. 

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Y comenzó la semana de pasión del que suscribe. 
Para realizar con garantías la Integral, debía contar con una jornada completa. No quería ni imaginarme que, quizá rebasado ya el Llambrión, una tormenta me obligara a plegar velas y descender de la cresta. Ni siquiera fue necesario ese cálculo: me había tocado “el agosto” y, a un día regular, le seguía otro peor. Tampoco quería levantar el sitio: te vas a Cabrones o a Urriellu a ver a los amigos, te quedas de tertulia a cenar y dormir, y amanece el día de la década. 
Bajo las anteriores premisas fue pasando, a duras penas, la semana más aburrida que uno recuerda en montaña. Ni los paseos, ni las ascensiones por la zona en busca de algún encuadre para la cámara

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.............acortaban las horas: cada jornada se estiraba hasta la extenuación. El martes, durante un par de horas, se desató un auténtico huracán y a punto estuve de retornar a la Villa de Jovellanos. Una joven y encantadora pareja catalana, Mari y Raúl, en su primera incursión piquista, aparecieron casi en el último instante por el vivaque e impidieron que huyera con el rabo entre las piernas. 

Atardecer "patagónico" 

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Para el jueves auguraban mejoría y… amaneció de perros. Garantizaron después buen tiempo para el sábado. Definitivamente, puse el reloj a las cinco de la mañana del viernes 17 y dejé preparada la mochila. 
Siempre me ocurre lo mismo: la noche antes de una actividad medianamente reseñable, duermo como un lirón. Para mí que es una defensa subconsciente, a ver si hay suerte y no me despierto. 
A las cinco, sonó el indeseable. Me puse a remolonear. ¡Qué bien se está en el saco! 
Y empezó a trabajar el Comeorejas. 
¿Que no sabéis quién es? Un troll, un Trasgu…Un sinvergüenza que te susurra al oído: “Alfredo quédate un poco más. Mira, ¡si aún es de noche!”. Y, cuando cree que te tiene a su merced, te espeta de manera sibilina: “Total, si seguro que te cambia el tiempo a media mañana y tienes que darte la vuelta. No seas tonto y asegura. ¡No veas que buena predicción dan para mañana!”. 
Ahí la pifió. Menudo bote pego, miro el reloj, y… ¡las seis y veinte! 
Y arrancó la máquina. En veinte minutos estoy vestido, desayunado y recuperado de la taquicardia provocada por el puñetero troll de los montañeros. Dejo recogido el vivaque y me permito el lujazo de fumarme un cigarrillo mirando a Altaiz. 
A las siete y cuarto enfilo definitivamente hacia la Canal de San Luís. Cracs, cracs… Pero ¿qué demonios…? ¡Estoy pisando pura escarcha! “Bueno, en la línea del mes”, me digo. 
Pintan oros, el amanecer perfecto y muy frio, el ritmo adecuado y la cabeza… 
La cabeza se va a pasear por su cuenta. 

Por encima de los Hoyos de Lloroza se alzan las voces de los carreteros, las yuntas de bueyes descienden arrastrando las sólidas carretas rebosantes de mineral y se cruzan en los apartaderos con las que remontan pesadamente al cargadero de Fuente Escondida. Los quejidos del teleférico, que descuelga las cunas oscilantes hasta el collado, desde las bocaminas encaramadas en la planicie a media pared de Altaiz, silencian las órdenes de los capataces. De cuando en vez, una blasfemia corta como un cuchillo el aire de la mañana. 

De pronto, y sin saber cómo, me veo en la canal de subida a la primera cumbre. Me doy cuenta porque aquello se empina y empiezo a bufar. O eso, o bajar el ritmo. Y bajo el ritmo. 

Tengo dos años, corre el siete de junio del año 64 y la cuadrilla de Udaondo (Goicoechea, Urones, Juan Villa y Rafa Fernández), están amarrándose con él a las cuerdas de pita, bajo la gran oquedad de la cara suroeste de Altaiz. Esta mañana, surcarán esa ruta por vez primera. Días después, el ocho de agosto, otros primeros espadas, los Palacio, Royo y Régil, remontarán el flanco noreste.
Cumbre de Altaiz. Tramos al Madejuno. 

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Los últimos cien metros de desnivel, los he subido por la cresta de la derecha de la canal; me divierte más trepar que subir por la pedrera. El sol de la mañana aún no calienta y la brisa enfría el sudor rápidamente. La espaldera de la mochila también se lleva lo suyo. Le tiro una foto al macuto y, antes de quedarme tieso, con viento fresco, me largo al vecino San Carlos. En él, no puedo evitar echarle una foto más a la Torre Salinas: se distingue el hermoso trazado de la Casiopea. ¡Qué bonita clásica y qué poco se hace ahora! Desciendo por la cresta oeste hasta dar vista al ojal gigantesco que adorna el corredor norte, magnífica actividad invernal.

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Un poco más abajo, me tiro por un pedrero a la izquierda del espolón. Voy pensando en los cabineros del teleférico, algunos, buenos amigos. Vaya curro, todo el día de pie(Les han prohibido sentarse) y hora tras hora, día tras día, mes tras mes y año tras año escuchando estoicos los mismos comentarios -cuando no sandeces- del “turisteo”. 
Y, claro, o estamos o no estamos. Piso mal, me resbalo, rectifico pero ya no me queda más que apoyar la palma izquierda en el canto mejor tallado de la pedrera. Me paso el resto del descenso hasta la Horcada Verde, chupándome la sangre como un vampiro y llamándome gilipollas. Eso sí, en las horas que se avecinaban, no volvería a perder la concentración ni un segundo: menuda bronca que le espetó Alfredo a Fredín. 
Desde la base del Hoyo Oscuro, se aprecia muy bien la subida por la arista este; aproximadamente a media altura, se distinguen dos corredores y seguí el de la derecha. A pesar del aspecto un tanto agreste, no supera en ningún caso el III grado y me resultó una trepada muy agradable y divertida. Todo lo contrario de la infame pedrera que conforma el descenso por la vertiente opuesta en busca de los Tiros de Casares. 
Desde la cumbre se ve elegantísimo el Madejuno y ¡uff!... Qué larga la cresta que tiene detrás. 

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La prueba, al menos para mí, de que Udaondo se ha hecho inmortal, es que no puedo sustraerme a la idea de verle aparecer en cualquier instante, por cualquier vericueto de sus Picos. Habíamos dejado a Pedro y a su banda de aguerridos en Altaiz aquel siete de Junio. Pues bien, en la misma jornada, se dirigieron al Madejuno y trazaron otra ruta por la pared norte. Uno de sus lugartenientes, Julio Villar, en compañía del excelente escalador Ángel Rosen, habían dibujado la Vía Original de la tapia, el otoño del año anterior, por el noreste.



Desde Casares, para coger la canal/chimenea que conduce a la cima del Madejuno, efectúo un flanqueo por la vertiente del Hoyo del Sedo. Un paso, algo expuesto, permite ganar el pequeño filo que conduce al inicio de la misma; ésta no ofrece dificultad reseñable (IIº+) y se encuentra equipada con dos instalaciones para rápel. Una vez en la cumbre, me coloco el arnés con el material que llevo: unos friends –cuatro, para ser exactos- unas cintas, algún cordino y el reverso. Y me pongo el casco, que ya iba siendo hora. Me zampo una barrita, no las soporto, pero como para haber llevado plátanos, con una semana madurando. Y me fumo un Drum trompetero. 

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Veinticinco minutos después, y ahora sí, meto la directa y salgo a escape por la cresta a buscar el primer rápel. Mientras desciendo por él, observo de reojo a alguien a la puerta de “Cabaña” y me acuerdo de Mariano, que se está partiendo la cara en Santander contra un cáncer. Ojalá le tumbes, amigo. Los Picos no son lo mismo sin ti. 

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Recojo la cuerda y voy en busca del gendarme rojo, me espatarro del todo en la chimenea para que no se me atasque la mochila, pero no se qué me ocurre en ese paso que siempre salgo resoplando. El otro y siguiente teórico rápel, lo destrepo y continúo al Tiro Llago. Para ganar la cumbre oriental utilizo un espolón, verticalillo, pero precioso y con muy buenas presas; desde Verónica es muy plástico ver ascender a alguien por él. Destrepo a la brecha que separa las dos cumbres del Tiro y es la salida del Corredor -con las nieves, otra bella invernal- 

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Y por las placas que dan vista al Hoyo los Llagos, me elevo a la cumbre principal. Apenas diez minutos me lleva el descenso de esta torre, que conozco de memoria, cruzo la brecha Schulze y en seguida enfilo a coger la cresta de la Torre Blanca. 

El Tiro Llago fue ascendido por vez primera una jornada de septiembre de 1891, por Paul Labrouche, Bernardo García, Francois Salles y Saint Saud, cuando pretendían coronar el Llambrión. Confundidos entre la encaimada, alcanzaron esta magnífica cumbre; no hay mal que por bien no venga, por lo menos, para estos incombustibles caballeros. 
Rafa Fernández y Pedro surcaron la Arista Este el veintitrés de septiembre de 1963 en algo menos de tres horas. Bastantes años después, en el 2002, con un amigo francés, Sthepan Laurent, abrimos una tarde ”La de Fransuá”, una ruta limpia -solo con empotradores- a la derecha del trazado del Maestro. 
La brecha para ganar el Hoyo de los Llagos vio pasar a la locomotora Schulze, de vuelta del Tiro Tirso, hará el diez y nueve de septiembre ciento y un años. 


La arista que conduce a la Torre Blanca apenas tiene algún paso aislado de IIIº; durante esta subida me voy planteando seriamente aguantar el tirón hasta el Llambrión. Efectivamente, me detengo sólo el instante de hacer un par de fotos, y continúo a la Torre sin Nombre, que gano por el filo oriental (pasos de IVº- tremendamente aéreos). De nuevo se impone un rápel de casi treinta metros y toca negociar el Tiro Tirso. 

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En el flanqueo de IVº, tras el rápel, me encuentro una cinta que abandoné el año pasado en un clavo que tiene la cabeza retorcida; seguro que le vino bien al personal. 

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Otro pequeño resalte, de nuevo por la vertiente del Jou Tras Llambrión, con un buen patio entre los pies y a rendir pleitesía a Don Gustavo. 
La primera ascensión a la Torre sin Nombre se atribuye en 1950 a Jordi Papió y Agustín Faus. Esta montaña, magnifico regalo de la geología y una de las Torres menos ascendidas de los Picos de Europa, se ha propuesto que comparta su nombre tradicional con el de Gustavo Schulze. Nuestro Saussure, nuestro Whimper, se merece sobradamente este homenaje.


Foto del Maestro
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La primera al Tiro Tirso la efectuó Schulze en uno de sus “raids” más elegantes y completos. De esta ascensión, por la muralla Sur, contamos con el relato que dejó en su diario y en el boletín de su grupo alpino, lo que nos permite deducir el trazado por la pared. Dicho esto, la dificultad de la ruta está por investigar, puesto que, hasta el momento, por increíble que parezca, no contamos con alguna repetición contrastada y fiable. Personalmente, me atrevo a inferir del análisis de sus propias palabras que, si en su ascensión al Picu empleó dos horas y media y en el Tirso dos horas, a lo que podemos añadir una descripción un tanto tétrica para los pasos de las chimeneas en este último, donde emplea, entre otros, los adjetivos “difícil”, “peligroso” y “escalofriante”, me temo, a falta de una próxima exploración de la ruta, que debe de estar sazonada de bonitos pasos, seguramente, bordeando el quinto grado. Por otra parte, asomando la nariz desde la cumbre a la Sur por las salidas de las chimeneas, el olfato confirma la anterior apreciación. Y, como no tenía suficiente, realizó el Pionero otra primera al destrepar la arista Oeste. Después subió al Llambrión y, de retorno, buscó el paso -anteriormente citado- por el Tiro Llago que le obligó a descender aquellos desventíos al Hoyo los Llagos, en los que, en algún punto por determinar, usó la cuerda. 

Vista del Tiro Tirso,La Torre sin Nombre o Torre Schulze y la Torre Blanca desde la Cresta a Minas de Carbón. 

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desde el jou Trasllambrión.

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Como decía hace un instante, tras asomar el apéndice nasal a las chimeneas, seguí los pasos del Maestro por la Arista Oeste y, situado en la base del Tiro Tirso, bordeé el contrafuerte Este del Llambrión por la derecha (unos treinta metros) y, a través de unas fisuras (IIIº + / IVº), alcancé la cresta (IIº) que nos conduce a la cumbre del mismo. Gracias al registro de la cámara digital, pude comprobar que de la cima del Madejuno al Llambrión había empleado poco más de tres horas; y del vivaque de Lloroza al mismo punto, siete horas quince minutos. La temperatura en la segunda torre de los Picos era más bien desagradable. Así y todo, di buena cuenta de un compañero de Integral: un carbayón (no era un “De Blas”, era más bien de clase media). El cielo se estaba nublando, pero laminar, y, en altura, nada de “fuegos artificiales”. Contando con los veinticinco minutos largos de asueto, me iría en busca de la Palanca sobre las tres de la tarde, no sin antes contaminar un poco el aire. 

En el año 1856, Joaquin Boquerin y Casiano del Prado alcanzaban la cumbre del Llambrión, bajo la premisa de que lo hacían en la cumbre más elevada de los Picos; previsores, desplegaron su material topográfico y hubieron de conformarse con el segundo lugar en el podium. El primer recorrido del Madejuno al Llambrión fue efectuado por Pedro Udaondo (como no podía ser menos), Jesús Rodríguez, Ángel Llorente y Arturo Fernández, en 1955. 
Posteriormente, durante un campamento de la FEM, celebrado en Áliva en el año 1964, Félix Méndez, Antonio Guerra, Alberto Besga, Javier Burgoa, Ángel Landa y Luís Alejos lo realizaron en siete horas y cuarenta minutos, catalogándolo de IVº Superior. 

Partí del Llambrión por la ruta de la crestería, que siempre me ha parecido más segura que el clásico flanqueo por la vertiente de Jermoso, en el que no pocos montañeros vuelven sobre sus pasos. Pocos minutos después, unos chavales que en aquel instante remontaban el Tiro Callejo, las únicas personas que tuve a tiro en la jornada, dieron la vuelta en el paso, y me dio bastante pena; aunque, por otra parte, tan importante como subir -o quizá más- es saber cuando retirarse. O, mejor dicho: uno sabe subir cuando aprende a retirarse. 
Desde el Tiro Callejo se asciende cómodamente a la Torre de Las Llastrias, un tramo francamente agradable y con cierta y particular belleza. Una vez superado el sector Llastrias/ Llambrión, vuelve la Integral a doblar al Oeste, comenzando, en los últimos quince metros, un descenso bastante pronunciado que lleva a alcanzar la característica horcada rojiza que asciende del Hoyo del Llambrión, utilizada en ocasiones como variante al Tiro Callejo. Este sector resulta un tanto delicado por lo empinado y por el estado de la roca. 

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Ganado este punto, se afila de nuevo la cresta y crece la exposición a la vez que la plástica; los pasos, bastante aéreos, se dejan hacer y nos conducen definitivamente a los contrafuertes de la crestería Oriental de la Palanca.

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El primero de ellos, se supera con algún paso algo difícil. El segundo, y definitivo, lo flanqueé por la vertiente Sur, en un pasaje en travesía ascendente, delicado y expuesto, de unos veinte metros, que se abre sobre la canal que desciende al fondo del Hoyo del Llambrión, y que, a la postre, fue el único lugar dónde usé la cuerda -salvando los dos rápeles- a pesar de que mi amigo, el Comeorejas, insistía en que me lo daba bien sin asegurar. 

El pasaje "de marras" 
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Superado el resalte y en apenas cinco minutos, nueve horas y un cuarto después de haber partido de los Hoyos de Lloroza -eran las cuatro y media de la tarde- di con mis huesos en el balcón excepcional de la Palanca. 

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Se da la circunstancia anecdótica que desde este punto y usando ligeramente la visión periférica, uno alcanza a ver a los tres "Grandes": El Picu, El Torre... y La Reina. 

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La regla general tras cumplir un objetivo es quedarse en blanco; como si a uno se le vaciara el alma. Sin embargo, en esta ocasión, no pude por menos que emocionarme por el regalo impagable que acababa de recibir. Había efectuado el recorrido solo, y no me refiero al aspecto meramente técnico, sino a la práctica y completa soledad que hoy en día es difícil de percibir en los Picos de Europa. 
Me dio la impresión -que aún conservo a la hora de redactar estas líneas- que el homenaje que pretendía ofrecer al Maestro de solitarios me fuese devuelto, íntegro, en esta mágica e inolvidable jornada. 

El Jou Grande. Belleza con mayusculas. 
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Aún descendí a Jermoso; allí, el guarda más sacrificado de los tres macizos, tuvo a bien invitarme a unas cañas de barril, gloria pura. Ya de atardecer, cogí la senda de Las Colladinas y dirigí mis pasos por todo el sur de la Integral mientras el sol se deslizaba en un silencio, casi místico, por detrás de la reina Peña Santa. 

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El ocaso me cogió rebasada la Colladina de las Nieves, ya en San Luís… 

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Las linternas de petróleo iluminan tal que luciérnagas temblorosas los caminos de la mina. Los últimos bravos mineros descienden al campamento en animada charla. En él, alrededor de un fuego sencillo y noble, como ellos, un visitante de extraño acento, toma notas a lápiz sobre un cuaderno. Sobre la gran muralla ancestral de Peña Olvidada, Casiopea va prendiendo a sus estrellas. 

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PD. Este artículo me fue solicitado por Elisa Villa para la revista del decano y entrañable G. M. Vetusta. Aprovecho la ocasión, para públicamente, enviarle a ella y a sus compañeros de redacción del magnífico libro "Gustavo Schulze en Los Picos de Europa" mi más sentido agradecimiento por los cientos de horas empleadas en la confección de esa extraordinaria obra, que ha recuperado para siempre y de la manera más brillante al gran pionero, el maestro Schulze. 
Me consta que Elisa, ni siquiera cobra derechos de autor, lo que engrandece ,si cabe, aún más su trabajo, hecho sin duda desde el amor y la pasión por nuestras montañas. En el cito tambien a Adolfo...Por lo menos estabas ahí y eso no nos lo quita nadie... Quizás el romanticismo no esté de moda, pero sin el reconocimiento y el estudio de nuestros predecesores, ni siquiera la ética que a veces reclamamos para nuestro deporte, tendría una base sólida y probablemente, una razón fundamentada de ser. 


Un abrazo para Elisa y un saludo a todos.



...........................................Fredo.Alfredo
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